viernes, 16 de agosto de 2013

GAMBÓN A LA PLANCHA.

¡Venga! Una tapa rápida para acompañar una copita de fino o de manzanilla.
Ahí va.
6 gambones ya pelados.
Una nuez de mantequilla.
Un toque de pimentón
Un toque de "cinco pimientas".
Unas escamas de sal Maldon. (En la foto, de las marinhas de Rio Maior).
Ensartar los gambones en brochetas.
En una sartén, derretir una nuez de mantequilla y cocinar los gambones, primero de un lado y luego del otro. (Perogrulolo dixit)
Poquito hechos, por favor.
Espolvorear con las pimientas y el pimentón.
Comer inmediatamente, que esto, frío, no está bueno.

sábado, 10 de agosto de 2013

PAPAS ALIÑÁS.

A veces la comida más simple es la más agradecida.
Acostumbro a recibir a los ingleses en su visita estival con este platillo, que les encanta.
Es habitual encontrarlo por toda Andalucía como tapa en los bares, o como entrante en cualquier menú. Lo hay desde el más sencillo, simplemente las patatas hervidas aliñadas con aceite, vinagre y sal y aderezadas con un puñado de perejil picado por encima, hasta los más elaborados, que incluye tomate, huevo duro, pimientos, bonito ¡Y hasta gambas!.
Yo lo hago tal y como se lo veía hacer a mi madre.
Utilizo patatas pequeñas, del tamaño aproximado de un huevo o poco más grandes, que cuezo con su piel en agua con sal durante diez o doce minutos.
Dejo templar y pelo las patatas, las corto en rodajas gorditas. (Lo normal es darle dos cortes para hacer tres pedazos).
Les añado unas tiras de pimiento verde, un puñado de aceitunas, una lata de ventresca de bonito (En esta ocasión era melva lo que le puse) y unos aros de cebolla.
El aliño hay que hacerlo en caliente. Yo solamente le pongo aceite porque la sal ya la llevaba el agua de la cocción y el vinagre le sobra.
La dejo reposar en la nevera al menos una hora antes de servir.
Y ya sabéis, un poco de perejil picado por encima y nada más.

miércoles, 24 de julio de 2013

GARBANZOS VERDES.

Picado por la curiosidad, esta primavera aparté de los garbanzos remojados para un cocido un puñadito y los sembré con la intención de hacer un experimento: Ver qué pasa si en vez de garbanzos secos, el guiso se hace con los garbanzos todavía verdes.
Salieron seis u ocho plantones y a mediados de Junio recogí la cosecha. Medio kilo escaso de garbanzos verdes.
Lo primero, extraer las semillas de sus vainas. Arduo trabajo donde los haya, las vainas son tan duras que hacen daño en los dedos y hay que abrirlas del todo porque si no, no sale el grano. No me extraña que no se encuentren garbanzos verdes en el mercado, saldrían a millón el kilo.
No hay que asustarse, comemos las habas, las judías o los guisantes verdes, también las pochas son judías antes del proceso de secado. En cuanto al sabor, me recordaba vagamente al de los pistachos.
¿Cómo guisarlos? Consulté en Internet y solamente encontré tres referencias por lo que me hice mis propias reflexiones: Si son garbanzos, cabe el cocido y por verdes, los mismos guisos que para las habas o los guisantes. Así que preparé una especie de cocido con unos cuantos y con el resto un salteado con chorizo y panceta.
Tuve que cocerlos por espacio de una hora para que estuviesen tiernos y aún así habrían resistido un poco más de cocción.
Preparé un cocidito normal, de tres vuelcos, con un pedazo de carne de ternera, otro de panceta, un hilo de chorizo y un hueso de jamón. Una hora de cocción para el caldo y otra hora más con los garbanzos.
Lo serví en tres cuencos, uno con el caldo, otro con unos garbanzos y las carnes (la pringá que diría mi abuela) en el tercero.
No tiene nada de especial, lo reconozco, solamente la originalidad y vistosidad de los garbanzos verdes.
Para el año que viene, sembraré algunos más, haré más pruebas y congelaré algunos. Para el invierno.

miércoles, 12 de junio de 2013

POLLO DE VERANO.

La semana pasada hablábamos en la radio de los platos fríos. Los que se van apeteciendo en lo tiempos que llegan.
Recordaba que, cuando mis hijos eran pequeños, preparaba un platillo que me enseñó una compañera de trabajo y que lo llamábamos "pollo de verano", ideal para las cenas rápidas. Se trata de unas pechugas de pollo hervidas en un caldo corto, cortadas en láminas, servidas en frío y acompañadas de una salsa tártara.
Muy sencillo.
Solo  necesitamos unas pechugas de pollo.
Para el caldo corto:
Agua.
Un hueso de jamón.
Un puerro.
Una zanahoria.
Una caña de perejil.
Sal.
Para la salsa tártara:
Mahonesa de bote. (En verano no me arriesgo con la mahonesa casera) o salsonesa.
Una cucharadita de mostaza.
Un toque de salsa Worcester.
Un toque de nata de cocina.
Unos pepinillos en vinagre. (depende del tamaño).
Unas alcaparras.
Unas aceitunas deshuesadas. (Los puristas no me lo perdonarán, lo siento)
La elaboración es tan sencilla como preparar el caldo corto hirviendo durante 15 a 20 minutos el hueso de jamón, el puerro, la zanahoria y la cañita de perejil con un pellizco de sal.
Después se ponen las pechugas que estarán en su punto en diez minutos. Se sacan y se dejan templar.
LLegado este punto, un servidor las guarda en un "tupper" en en frigo hasta que las vaya a consumir.
Cuando llegue ese momento, se cortan en láminas tan finas como sea posible.
Preparamos la salsa tártara mezclando en un bol la mahonesa de bote con la mostaza, la nata y la salsa Worcester. Cortamos los pepinillos, las alcaparras y las aceitunas en pedazos pequeñitos y los incorporamos a la salsa. Mezclamos.
Ahora, cada uno se va sirviendo el pollo y la salsa como le venga en gusto. Lo que no se haya consumido, se guarda para mañana.
P.D.: El caldo se cuela y se guarda para la paella del domingo.

jueves, 6 de junio de 2013

HUEVOS BENEDICTINE.

Ya estamos otra vez preparando las maletas.
La semana pasada, a Madrid que fuimos a dejar a los viajeros en Barajas, que iban a Inglaterra a ver a sus hermanos y la sobrina. Me dicen que la peque se portó como una dama en el avión.
Como el vuelo salía ya tarde, decidimos quedarnos en Madrid a pasar la noche y, de paso, cenar con los amigos. Visitar la exposición de Dalí, la de "Antes del diluvio" y, por supuesto, comer con los amigos.
Mariscada memorable para la cena y comida marroquí llena de aromas y sabores para medio día.
El lunes, de vuelta a Barajas para recoger viajeros y mañana.... mañana a Ciudad Real, que va a ser allí  la siguiente reunión de los Gastronómadas este fin de semana.
Mientras tanto, fiestas, que han sido las ferias y, aunque a nosotros no nos llamen la atención esos eventos, el día festivo (todo cerrado) nos afecta igual.
Lo celebramos en casita con menú especial e invitado de honor: Su Señoría D. Víctor Casco. Esta vez me había insinuado que podía preparar unos "huevos benedictinos", por supuesto, como es costumbre en él, me mandaba por delante la receta, que había encontrado en un libro. Parece ser que este plato era la debilidad de algún papa.
Bueno, pues no son "huevos benedictinos", nada tienen que ver con los monjes de esa orden, ni siquiera "huevos benedictine", como consta en alguna receta, sino "huevos Benedic", el apellido del corredor de bolsa neoyorkino que los pidió para desayunar en el Astoria para despejar la tremenda resaca que sigue a una noche de juerga allá por las postrimerías del S. XIX. Nada más prosaico.
El caso es que están considerados un plato de lujo, carácter que le da, sin duda, el rematar con la que se considera la reina de las salsas: La salsa holandesa.
Los preparé a mi estilo, y la receta que doy es la mía, que poco o nada tiene que ver con la original. Sobre todo porque utilicé trucos, atajos y trampas de viejo cocinero.
La salsa holandesa, por ejemplo. Nada de batir, baño maría... Al microondas, que se hace enseguida y, dicen, no se corta nunca. (La receta aquí).
Los huevos, nada de escalfados en agua con vinagre. Envueltos en papel film y tres minutos en agua hirviendo. (Tentado estuve de hacerlos en el microondas).
El muffin de base lo sustituí por una rebanada de pan de molde recortada con el cortapastas. y, ya puestos, el exquisito bacon, fue sustituído por unos torreznos de panceta ibérica.
Luego los sirves en la vajilla de los domingos y parecen otra cosa.
¡Ah, si! La receta:
Dos huevos por persona.
Panceta ibérica.
Tantas rebanadas de pan de molde como huevos. Cortadas en círculos.
Salsa holandesa.
Unas lonchas de jamón cristalizado.
Preparar la salsa holandesa.
Untar las rebanadas de pan con un poco de mantequilla e introducirlas en el horno suave para que se doren.
Colocar un pedazo de papel film sobre un cuenco, cascar los huevos y colocarlos sobre el papel film. Cerrarlo y sujetar con un trozo de hilo.
Poner el agua a hervir y cuando lo haga, echar los huevos y dejarlos cocer por tres minutos. Debe quedar la yema totalmente líquida y la clara cuajada.
Cortar la panceta en dados y dorarla en una sartén. Sacarla sobre papel absorbente.
Preparar el jamón cristalizado. Sobre un plato llano ponemos un papel de cocina absorbente, encima colocamos las lonchas de jamón, sobre él otra hoja de papel de cocina y terminamos con otro plato. Lo llevamos al microondas a potencia máxima durante un minuto, sacamos e INMEDIATAMENTE quitamos el papel, como lo dejemos enfriar, no habrá manera de separarlo. Debe quedar duro y frágil como un vidrio.
Montar el plato colocando en primer lugar el pan. Sobre él, la panceta y encima de ella el huevo. Napar con la holandesa y rematar con un toque de pimienta rosa.
En el momento de servir, dar un corte a la yema. Adornar con el jamón.
De lujo, oye.

sábado, 1 de junio de 2013

DE ESTAMBUL A VENECIA. DÍA 8.

Venecia está bien; pero se han pasado regando las calles.

Apenas hemos dormido en toda la noche. Tuvimos que llevar las maletas hasta los ascensores ya que la recogida se había hecho a su hora. Afortunadamente el personal encargado se portó de forma comprensiva con nosotros, que nos deshacíamos en disculpas. Nos dicen que los últimos pasajeros llegaron a sus camarotes cerca de las cinco de la mañana.
Cuando dieron las seis, ya estábamos levantados, a las 6:30, el equipaje de mano estaba en consigna y a las siete, el camarote estaba libre.
Vamos a desayunar y a coger fuerzas para un día que va a  a ser largo. Somos tres grupos los que vamos en la excursión, que se retrasa media hora. No vamos a salir a las 7:30 como estaba previsto, sino a las ocho.
Nos embarcamos en el vaporetto y, oh sorpresa, nos llevan por la Guidecca en vez de hacerlo por el Gran Canal. Es más rápido por aquí, nos dicen. Ni siquiera es más barato, parece que hay prisas.
Nos llevan hasta San Marcos y la guía nos va describiendo lo que sabe todo el mundo. O al menos eso es lo que me pareció, no sé si debido al cansancio o al cabreo enfado.
Me entretengo más de lo prudente admirando la portada de la Catedral (ni soñar con entrar a verla), no me interesan el Campanil, ni la perspectiva de la plaza, ni siquiera el Palazzo Duccale. Es tan, tan bonita que hasta olvido, por un momento, lo del Gran Canal. Todo ello a pesar de que está en obras y no es posible admirarla en todo su esplendor.


Nos conceden diez minutos de asueto "para hacer fotos". Y ahora resulta que ¡Maldita sea! me estoy quedando sin pilas y las buenas, las cargadas, están en la maleta que se llevaron anoche.
(Y la culpa es mía, solo mía).
Intento ahorrar todo lo que puedo porque quiero dejar alguna foto para el paseo en góndola. Afortunadamente me administré bien y anduve justo.
Pasados los "diez minutos", hay gente que no llega al lugar de encuentro para continuar la visita. La guía cuenta y recuenta, por fin, todos. Tanto ha contado que me quedo con la cifra: Somos 26 en el grupo.
Vamos hacia el embarcadero de las góndolas y paramos un momento ante el Puente de los Suspiros. Nada romántico ¿Eh? El puente une el Palazzo Duccale con las mazmorras de la Inquisición y recibe ese nombre por los lamentos de los presos que, al cruzar el Puente, sabían que veían  la luz del día por última vez en su vida.
Llegamos al embarcadero de las góndolas. En cada una pueden viajar 6 personas.Sujeto a Mary Paz por el brazo y nos quedamos los últimos de la fila, le recuerdo que fui profesor de Matemáticas y que 26 no es divisible entre 6 y que si tenemos un poquito de suerte, vamos a tener góndola para nosotros solitos.
Bueno, al menos las últimas cuatro parejas nos hemos repartido entre las dos últimas embarcaciones y no vamos solos; pero sí cómodos. Eso si, haciéndoles la" pugneta" a esos dos tortolitos con aspecto de recién casados con los que compartimos viaje.
El gondolero, ni lleva camiseta de rayas azules, ni nos canta "Oh, Sole mío".  No para de reñirme porque dice que me muevo mucho y que lo voy a echar al agua. ¡Lo único que he hecho ha sido intercambiar las cámaras con nuestros compañeros para las respectivas fotos!
Advierto: La góndolas no andan verticales, tienen una ligera inclinación hacia la izquierda por lo que la borda de babor está más cerca del agua que la de estribor. ¿Me explico? Parece ser con la intención de compensar la tracción de un solo remo.
"Cutre" es el neologismo que se utiliza actualmente para describir lo sórdido, lo feo, lo obsceno, los lóbregos rincones que nos enseñaron. Las puertas traseras de los edificios, los canales secundarios más sucios, los de las basuras flotando. Y es cierto, Venecia huele mal; pero es por estos rincones. Y dicen que eso es romántico.... ¡Ja!
Si alguna vez volvemos, prometo no volver a meterme en una góndola.
A las diez de la mañana la excursión había terminado. Recogimos los equipajes, tomamos un bocado y partimos rumbo a aeropuerto Marco Polo.
Advertencia. En la zona de embarque de este aeropuerto, solo hay una cafetería y no tiene sitio para sentarse a tomar el café. Hay que irse a los clásicos asientos de las salas de espera, sin mesas, y tener el vaso todo el tiempo en la mano.
Un vuelo rápido y relativamente corto nos deja en Barajas a primera hora de la tarde. No hay control de pasaportes, por lo que pasamos directamente a las cintas de recogida de equipajes. Tardamos una hora en ver llegar la primera maleta, pasa una docena o poco más y la cinta se detiene. Diez minutos después vuelven a pasar otras doce o catorce maletas y se vuelve a detener y, allí nos tenéis que entre la salida de la primera de nuestras maletas y la llegada de la segunda pasa un cuarto de hora.
Trescientos kilómetros más y estamos en casa. Justo, justo, se acaba de poner el sol.

sábado, 25 de mayo de 2013

DE ESTAMBUL A VENECIA. DÍA 7.

Anoche, cuando entramos en nuestro camarote, teníamos encima de la cama una nota en que se nos comunicaba un retraso de dos horas en la salida de nuestro avión de regreso. Nos ofrecían, por ello, una excursión en Venecia que incluía una visita a la ciudad y un viaje en góndola por los canales . Así las cosas, decidimos contratar dicha excursión. Nunca me arrepentiré lo suficiente.
Hemos hecho 330 millas, como 600  kilómetros.
Muy temprano atracamos en Trieste. El puerto de Trieste está en pleno centro. Como si en Madrid, por poner un ejemplo, apareciese la proa del barco en la Plaza Mayor por el Arco de Cuchilleros.
La antigua Tergeste fue territorio griego, pasó a los romanos (El emperador Trajano construyó un magnífico teatro que se conserva perfectamente). A la caída del Imperio Romano, se convirtió en baluarte bizantino. Devastada por lo lombardos, formó parte del Reino de los Francos.
En el S. XI fue del Patriarcado de Aquilea, en el S.XII, independiente, en el XIII de los venecianos y de los austríacos en el siguiente.
En 1719 se convierte en puerto franco y única salida al mar del Imperio Austrohúngaro. Y así hasta 1918 en que se integra en Italia. Su Plaza Mayor, por la que asoma, según digo, la proa de nuestro buque, recibe el nombre de Piazza della Unitá d´Italia.
Allí vivió el Emperador Maximiliano I de México antes de aceptar la corona.
Allí vivió James Joyce. Sí, el autor del "Ulises", ese libro que todos tenemos en lista de espera para empezar a leerlo de un momento a otro y del que nadie que yo conozca ha pasado del "Intribo ad altare Dei".Y aún así dicen de ella que es la obra más influyente del Siglo XX.

Callejeamos y visitamos el teatro romano, el arco de Trajano, la inmensa Piazza, la tercera más grande del mundo abierta al mar, la basílica ortodoxa de rito servio. Bellísima tanto por fuera como por dentro.
La estatua de James Joyce, cruzando eternamente el puente sobre el canal.
Las costureras al borde del mar.
Es cierto que se ve enseguida. Puede que lo más importante esté en sus museos; pero es lunes y los lunes, ya se sabe, no hay museo abierto en parte alguna.
Nos volvemos, pues, al barco, justo en el momento en que empieza a llover.
Nos toca recorrer el último tramo de 70 millas (unos 135 Km.), en los que no emplearemos más allá de 4 horas.
No hemos hecho mas que zarpar cuando la sombra del "Costa Concordia" se cierne sobre nosotros. El capitán del navío avisa por los altavoces que vamos a pasar por delante de la casa de su hermana en la costa de Eslovenia y va a hacer sonar las sirenas. Afortunadamente no hace ningún intento de acercamiento a la costa.
Llegamos a Venecia a la puesta de sol. Las fotos son espectaculares y las vistas aún más. Es emocionante ver la Plaza de San Marcos desde el barco, que está siendo arrastrado por dos remolcadores para impedir que las potentes hélices creen un oleaje exagerado. La marcha es muy lenta a través de La Giudecca, dicen que apenas navegamos a cuatro nudos.

Cuando atracamos, la navegación ha terminado, no el viaje, que aún nos queda pasar la noche y unas cuantas horas más.
No acudimos a cenar al restaurante, picamos un poquito en la pizzería porque tenemos prisa para conocer un poco la ciudad.

En el embarcadero de los vaporetos no hay ventanillas, ni personal de ningún tipo y no tenemos ni idea de cómo se sacan los billetes. Allí vemos a un señor con mono y chaleco reflectante y le empezamos a hacer preguntas a las que va contestando cortésmente, hasta que parece ligeramente irritado, levanta las manos y dice: "Io no laboro qui". Hemos estado molestando a un pobre hombre que pasaba por allí.
Por fin, con nuestros billetes por dos horas nos subimos al primer vaporeto que llega. Entonces a alguien se le ocurre preguntar que por dónde hace el trayecto. Nos contestan que por la Giudecca por lo que nos bajamos. Los que hacen el trayecto por el Gran Canal, se toman en otro muelle.
Aunque hace frío, son las 11 de la noche, el trayecto, que dura 40 minutos, lo hago en la cubierta al aire libre.
Venecia es magnífica y el espectáculo increíble. No hay una iluminación especial, es mas bien tenue; pero en el interior de los palacios tienen las luces encendidas y se puede entrever su interior. Cuando pasamos bajo el puente de Rialto sentimos un escalofrío de emoción.
Desembarcamos en la Plaza de San Marcos. Nunca pensé que fuera tan hermosa. La Catedral no es para describirla, es para verla. (Venecia entera es para vivirla).
Salimos de la plaza por una de aquellas callejuelas llenas de tiendecitas de artesanía, de cristales de Murano, de máscaras de carnaval, de las mas destacadas firmas de moda y de complementos... Hasta el Ferrari de Alonso vimos. Llegamos hasta el mercado de Rialto y vemos el puente en su interior.
Estamos muy cansados y regresamos al barco, esta vez, sí, por la Giudecca, que el viaje por allí dura apenas diez minutos.
Según las normas que nos dieron, el equipaje debe dejarse en la puerta del camarote antes de las 2 de la madrugada. Nos han entregado unas etiquetas de colores para distinguir en qué expedición va cada una de ellas. El equipaje de mano hay que dejarlo en consigna a las 6:30 de la mañana.
Es la 1:15 de la mañana. Llegamos a la aduana para acceder al barco. Nos encontramos con una cola de varios cientos de metros. Allí está todo el pasaje intentando llegar al barco y en la aduana no hay más que dos funcionarios, uno para revisar la documentación y otro para controlar el scanner y el arco ese que pita. Podemos comprobar que la velocidad de atención es de tres viajeros por minuto. Uno cada 20 segundos. Dos horas de cola. Cuando llegamos al camarote son casi las 3:30 y todavía nos queda cerrar las maletas, ponerles las etiquetas y sacarlas a la puerta.
Hay que levantarse a las seis, llevar el equipaje de mano a consigna, desayunar y estar listos a las 7:30 para la excursión.
Estamos absolutamente reventados.