Recuerdo en mi niñez, que en las casas todavía se cocinaba con carbón. En mi casa había una de aquellas "cocinas económicas" de hierro fundido y en las casas de mis abuelos, los infiernillos de carbón.
Todavía, hace relativamente poco tiempo, en el medio rural perduraba el "fuego perpetuo", tanto en invierno como en verano, hecho directamente en el suelo de la cocina debajo de una inmensa chimenea. En la casa en que viví a pensión en el pueblo mientras estuve soltero, lo había y todas las mañanas era el primer oficio del patrón, recoger las cenizas y avivar el fuego.
Siempre había en el rescoldo un puchero (el escalfador) con agua caliente dispuesta para hacer el café, lavarse o fregar la loza.
Allí estaban a mano el fuelle, el soplillo, las llares, las trébedes, el atizador, el cogedor y la badila y, colgado de la pared, el calientacamas con su tapadera de cobre bien bruñido.
No faltaba a mano una parrilla para tostar una rebanada de pan para el desayuno, asar una moraga o unos pajarillos (Si, eso se hacía antes) o, si se terciaba unas sardinas de las que vendían por la calle unos forasteros que venían en una furgoneta.
Alguna noche, el patrón envolvía un pedazo de patatera -chorizo si los tiempos eran favorables- en papel de estraza que empapaba en vino de pitarra y que enterraba entre las cenizas calientes para que se asase lentamente. "Cachino patatera, chatino de vino. ¡Hombre!", decía.
Todo esto recordaba hace unos días mientras encendía la barbacoa portátil con vistas a celebrar nuestro XXXVII aniversario de boda. La familia reunida para cenar al fresquito de la noche, porque las barbacoas, como las bicicletas, son para el verano. Y por la noche, que a medio día hace mucho calor.
Con la manguera al lado para evitar cualquier incidente, los niños lejos y mucho cuidado al andar con fuego.
Encender el fuego es en sí toda una ceremonia. Me gusta que esté ya todo el mundo presente cuando empiezo y, aveces, reparto soplillos para la ayuda.
Acostumbro a recibir al personal con un refrescante coctail (Cascada cooler), que es nada más que sorbete de limón con ginger ale. Probad, está muy bueno. Los que declinan la oferta, cerveza o sangría que son las bebidas habituales además de los típicos refrescos para los niños y abstemios en general.
Presiden la mesa unos boles de ensalada y cuencos con alioli y especias (Piri-piri, cayena, mostaza...).
Esta vez el menú llevaba:
- La clásica panceta de cerdo.
- Unas salchichas.
- brochetas de pollo con salsa satay.
- Pinchitos morunos.
- Piña natural cortada en rodajas y mazorcas de maiz.
De postre habíamos preparado una macedonia de frutas frescas.
Reconozco que es una buena ración de trabajo, que empieza varios días antes: Hay que hacer la compra, preparar los adobos y las salsas, ensartar las brochetas..... Pero compensa.
¡Ah!. Nuestras sobrinas-nietas, nos prepararon un espectáculo. (Cosas de niños).