Hemos hecho 330 millas, como 600 kilómetros.
Muy temprano atracamos en Trieste. El puerto de Trieste está en pleno centro. Como si en Madrid, por poner un ejemplo, apareciese la proa del barco en la Plaza Mayor por el Arco de Cuchilleros.
La antigua Tergeste fue territorio griego, pasó a los romanos (El emperador Trajano construyó un magnífico teatro que se conserva perfectamente). A la caída del Imperio Romano, se convirtió en baluarte bizantino. Devastada por lo lombardos, formó parte del Reino de los Francos.
En el S. XI fue del Patriarcado de Aquilea, en el S.XII, independiente, en el XIII de los venecianos y de los austríacos en el siguiente.
En 1719 se convierte en puerto franco y única salida al mar del Imperio Austrohúngaro. Y así hasta 1918 en que se integra en Italia. Su Plaza Mayor, por la que asoma, según digo, la proa de nuestro buque, recibe el nombre de Piazza della Unitá d´Italia.
Allí vivió el Emperador Maximiliano I de México antes de aceptar la corona.
Allí vivió James Joyce. Sí, el autor del "Ulises", ese libro que todos tenemos en lista de espera para empezar a leerlo de un momento a otro y del que nadie que yo conozca ha pasado del "Intribo ad altare Dei".Y aún así dicen de ella que es la obra más influyente del Siglo XX.
Callejeamos y visitamos el teatro romano, el arco de Trajano, la inmensa Piazza, la tercera más grande del mundo abierta al mar, la basílica ortodoxa de rito servio. Bellísima tanto por fuera como por dentro.
La estatua de James Joyce, cruzando eternamente el puente sobre el canal.
Las costureras al borde del mar.
Es cierto que se ve enseguida. Puede que lo más importante esté en sus museos; pero es lunes y los lunes, ya se sabe, no hay museo abierto en parte alguna.
Nos volvemos, pues, al barco, justo en el momento en que empieza a llover.
Nos toca recorrer el último tramo de 70 millas (unos 135 Km.), en los que no emplearemos más allá de 4 horas.
No hemos hecho mas que zarpar cuando la sombra del "Costa Concordia" se cierne sobre nosotros. El capitán del navío avisa por los altavoces que vamos a pasar por delante de la casa de su hermana en la costa de Eslovenia y va a hacer sonar las sirenas. Afortunadamente no hace ningún intento de acercamiento a la costa.
Llegamos a Venecia a la puesta de sol. Las fotos son espectaculares y las vistas aún más. Es emocionante ver la Plaza de San Marcos desde el barco, que está siendo arrastrado por dos remolcadores para impedir que las potentes hélices creen un oleaje exagerado. La marcha es muy lenta a través de La Giudecca, dicen que apenas navegamos a cuatro nudos.
No acudimos a cenar al restaurante, picamos un poquito en la pizzería porque tenemos prisa para conocer un poco la ciudad.
En el embarcadero de los vaporetos no hay ventanillas, ni personal de ningún tipo y no tenemos ni idea de cómo se sacan los billetes. Allí vemos a un señor con mono y chaleco reflectante y le empezamos a hacer preguntas a las que va contestando cortésmente, hasta que parece ligeramente irritado, levanta las manos y dice: "Io no laboro qui". Hemos estado molestando a un pobre hombre que pasaba por allí.
Por fin, con nuestros billetes por dos horas nos subimos al primer vaporeto que llega. Entonces a alguien se le ocurre preguntar que por dónde hace el trayecto. Nos contestan que por la Giudecca por lo que nos bajamos. Los que hacen el trayecto por el Gran Canal, se toman en otro muelle.
Aunque hace frío, son las 11 de la noche, el trayecto, que dura 40 minutos, lo hago en la cubierta al aire libre.
Venecia es magnífica y el espectáculo increíble. No hay una iluminación especial, es mas bien tenue; pero en el interior de los palacios tienen las luces encendidas y se puede entrever su interior. Cuando pasamos bajo el puente de Rialto sentimos un escalofrío de emoción.
Desembarcamos en la Plaza de San Marcos. Nunca pensé que fuera tan hermosa. La Catedral no es para describirla, es para verla. (Venecia entera es para vivirla).
Salimos de la plaza por una de aquellas callejuelas llenas de tiendecitas de artesanía, de cristales de Murano, de máscaras de carnaval, de las mas destacadas firmas de moda y de complementos... Hasta el Ferrari de Alonso vimos. Llegamos hasta el mercado de Rialto y vemos el puente en su interior.
Estamos muy cansados y regresamos al barco, esta vez, sí, por la Giudecca, que el viaje por allí dura apenas diez minutos.
Según las normas que nos dieron, el equipaje debe dejarse en la puerta del camarote antes de las 2 de la madrugada. Nos han entregado unas etiquetas de colores para distinguir en qué expedición va cada una de ellas. El equipaje de mano hay que dejarlo en consigna a las 6:30 de la mañana.
Es la 1:15 de la mañana. Llegamos a la aduana para acceder al barco. Nos encontramos con una cola de varios cientos de metros. Allí está todo el pasaje intentando llegar al barco y en la aduana no hay más que dos funcionarios, uno para revisar la documentación y otro para controlar el scanner y el arco ese que pita. Podemos comprobar que la velocidad de atención es de tres viajeros por minuto. Uno cada 20 segundos. Dos horas de cola. Cuando llegamos al camarote son casi las 3:30 y todavía nos queda cerrar las maletas, ponerles las etiquetas y sacarlas a la puerta.
Hay que levantarse a las seis, llevar el equipaje de mano a consigna, desayunar y estar listos a las 7:30 para la excursión.
Estamos absolutamente reventados.