Ahora que tengo casi adjudicado el cartel de gastrodiógenes, quiero rievindicar el de "gastronómada". Creo que me lo merezco (con permiso de
Rafa Prades).
No es que vaya a dar la vuelta al mundo en ochenta restaurantes; pero no hay festival gastronómico portugués que me haya perdido, pocos son los Paradores de Turismo en España en los que no haya comido al menos una vez y los ingleses no pueden tener ninguna queja sobre mis frecuentes visitas a sus pubs y restaurantes.
La Scalabis romana y Santa Irene en tiempos de alanos y vándalos es ahora conocida como la capital del gótico por sus innumerables monumentos construídos en ese estilo arquitectónico. La Santarem actual nos ha atraído esta vez, que no es la primera ni será la última, con una de las muestras gastronómicas más importantes, si no la que más, del vecino Portugal: El 32 festival festival nacional de gastronomía que se celebra anualmente en Santarem.
Un par de días haciendo turismo con viejos compañeros tan aficionados a la buena mesa como nosotros y con las mismas ganas que nosotros de probar "Todos os sabores de Portugal", de compartir interminables charlas y deleitarnos con incomparables paisajes.
Nos encontramos a poco más de 250 Km., tres horas de camino si no fuese porque tenemos la manía de pararnos a visitar todos los dólmenes que encontramos en el camino y que no por conocidos, son menos atractativos. Y sin perdonar, por supuesto, la inevitable visita a Peniche y la "salada de polvo" en Cabo Carboeiro.
Tenían las señoras ganas de comer raya y nos recorrimos el primer día todos los establecimientos sin éxito, aunque el plato estaba presente en la carta de varios de ellos. No tendríamos que renunciar ya que no aseguraron que la tendrían al día siguiente.
Nos acomodamos en el stand de Madeira y disfrutamos de unas lapas, espada con salsa de maracuyá y espetada que llevaba una guarnición de "milho frito", una especialidad de aquellas islas y que no conocíamos.
A la mañana siguiente fuimos a hacer la obligada vista al mercado. El de Santarem es un bonito edificio de principios de los años 30 decorado con azulejos en todo su perímetro. Entre otras cosas, compramos todas las pochas que encontramos a precio de risa. Tendremos pochas para todo el año.
Un paseo, a continuación, por la ciudad para disfrutar de sus maravillas acabando con la obligada visita a "As portas do sol", el magnífico parque con unas vistas maravillosas sobre el Tejo (Río Tajo).
El segundo día estaba dedicado a la dulcería y todas las regiones habían traído sus muestras, incluída la dulcería de los conventos. Un auténtico tormento para un diabético.
Comimos en el stand de la región centro, que incluía la Estremadura y Leiría. Esta vez si había raya y las chicas pudieron disfrutar de ella. Alguien tuvo, como no, la feliz idea de pedir el bichejo y he de reconocer que tenía una pinta excelente. Tomamos, además, las típicas ensaladas de pulpo y de caracoles de mar (bucios, cañaíllas, bígaros...), que, como en cualquier restaurante de Portugal, venía precedida de las consabidas entras y acompañados siempre de ensalada, arroz hervido y patatas fritas.
Nos pusieron un vinillo blanco de Bombarral excepcional.
Estuvimos haciendo algunos comentarios con el camarero que nos atendió que acabó llamando al chef, que salió gustoso a saludarnos y tuvimos la ocasión de fotografiarnos a su lado. Se trata de Helder Bragaia del restaurante "Nau dos corvos" de Peniche.
De regreso a casa, todavía entramos en Castelo de Vide para hacer la compra de esos productos portugueses que no suelen faltar en mi despensa.